Es hacer justicia, lo que en la Argentina no es poco, reafirmar que el tango se creó para bailar.
Fue esta la primera pata sobre la que se erigió el género musical que identifica a Buenos Aires. Tras el baile se encolumnaron las letras y el tango canción. ¿La música? Elemental en los orígenes prostibularios del tango, con la escalada hacia la masividad del género fue ganando en cantidad y calidad en rangos asombrosos para una música popular.
Como una expresión propia de la porteñidad de entonces, el baile de tango creció al ritmo de los grandes bailarines de la época que no fueron pocos ni anónimos. Fueron muchos y famosos o muy mentados se diría, usando la terminología maleva de principios del 1900 y más allá de los apodos que se adosaban a cada uno ineludiblemente.
Si el Vasco Casimiro Aín, Bernabé Simara y Benito Bianquet –El Cachafaz- brillaron nítidamente en los escenarios del origen del tango de Buenos Aires y Europa, la Negra María, de Montserrat; “Pedrín" El Tuerto, con la Flaca Rosa, de San Telmo; Luis “El Gallito de Palermo” con la Parda Corina; la Vasca Ernestina, de Villa Crespo –compañera del El Cachafaz ; la Vasca de Monserrat -del “Vasco Aín”- y Carlos Kern “El Inglés”, con María “La Vasca” y El Pardo Santillán con la Parda Esther, eran los para nada pitucos nombres que referían al tango bailado.
Juan Averna fue otro de los bailarines de Buenos Aires protagonista de la época de apogeo del tango y, como tal, una buena voz para precisar que “al tango de salón se lo bailaba con compás y elegancia...lo principal era saberlo caminar muy bien. Tango con corte –es decir adornado con figuras o pasos- se lo llamó así hasta 1931. Después de eso le decíamos `hacer figuras´ y más adelante `hacer fantasías´, que era todo lo mismo, tal vez para darle al tango más categoría… La gente se confundió pensando que eran distintas formas de bailar el tango. Pero era todo lo mismo".
En esos años los pasos de tango más ejecutados por quienes eran o creían calificar como buenos bailarines fueron principalmente el corte, la media luna, el ocho y la quebrada, a los que seguían en popularidad el medio corte, el abanico, el doble ocho, el alfajor, el cruzado, la corrida, el cuatro, el taconeo, la media vuelta, la rueda y el paso con golpe.
Hoy, el baile de tango ha dejado atrás todas esas figuras incluyendo el sanguche. Sólo permanecen de esa lista los ochos -atrás y adelante- y las corridas, junto a los actuales cambios de frente, los boleos, las sacadas, los traspiés, acostaditas y las salidas y finales adornados entre otros.
En el Buenos Aires de hoy, los académicos dicen reconocer tres estilos de tango bailado: el del Centro; el de Villa Urquiza y el milonguero.
Sintéticamente, el estilo del Centro prefiere la música con el ritmo bien marcado –por ejemplo las orquestas de Juan D´arienzo y Rodolfo Biagi-; el abrazo es cerrado y firme, no hay apile –se dice apilada cuando la pareja se pega en el torso y las piernas se abren en ángulo hacia afuera del abrazo-. Califica el uso de figuras.
El estilo Villa Urquiza privilegia la música melodiosa y pausada –sus orquestas preferidas son las de Osvaldo Pugliese, Carlos Di Sarli y Osvaldo Fresedo- pondera el caminar con pasos largos, abrazo suave y flexible. “Esperando a la música para ejecutarla”, es decir "bailando" las pausas de sonido destacan los referentes del estilo Villa Urquiza, en el que lo que se debe priorizar es la elegancia de los bailarines antes que la ejecución de las figuras.
El estilo milonguero, instalado por la fuerza de la juventud en las formas, privilegia los pasos cortos con rapidez de desplazamiento y abrazo apilado. La elegancia de los bailarines, está subordinada al movimiento en el baile de tango milonguero.
Más allá de los estilos, y antes, y no después de todo, adoptar una de estas variantes de baile es un gusto, una manera de sentir de la pareja, ya que todo maestro tanguero de cualquiera de los estilos que se precie de serlo, subrayarán al principiante: "lo principal al bailar el tango es caminarlo bien y hacerlo con elegancia". Todo lo demás llega después.